(Eduardo Madroñal Pedraza) “Si un mexicano odia lo español, se está odiando a sí mismo. Es una actitud autodestructiva”. Miguel León Portilla.
Parece que el dignatario saliente y la dignataria entrante de México no se dejan penetrar por la desnuda sabiduría profunda de su compatriota Miguel León Portilla -fallecido en 2019- historiador, filósofo, escritor, diplomático y académico. Y eso provoca un dolor iberoamericano, un dolor mestizo, un dolor profundo. Porque la verdad es que México es el país iberoamericano con mayor población indígena -25 millones- un 19,4%; mientras que, en Estados Unidos, los pueblos originarios solo representan un 1,3% del total. Y en México, un 70% de la población es mestiza, cuando en EEUU es sólo el 2,3%.
¿España o Estados Unidos?
La historia no es una simple mirada muerta hacia el pasado. Es una manera de comprender un presente muy vivo y un futuro por construir. El imperialismo que hoy debe pedir perdón es Estados Unidos, que arrebató en 1848 la mitad de México, que hoy detiene a miles de mexicanos -y de hermanos hispanoamericanos- en su frontera amurallada, y que ahora mismo respalda el genocidio de Israel en Gaza y la extensión de la guerra al Líbano.
Entre 1846 y 1848, EEUU no solo invadió y ocupó México, sino que se anexionó la mitad de su territorio. Los actuales estadounidenses Texas, California, Nuevo México, Arizona, Nevada, Utah, Colorado y Wyoming deberían ser mexicanos. El imperio español hace siglos que no existe, mientras que el imperio estadounidense -aunque sea en su ocaso- es una realidad viva que siguen sufriendo todos los pueblos hispanos, y de forma especialmente virulenta, el mexicano.
El mundo hispano, unidad democrática
La identidad y la unidad de los pueblos hispánicos se hallan reconocidas y temidas por las grandes potencias imperialistas como una fuerza a la que es necesario controlar y anular. Claro que la expansión española en América, como toda conquista, se impuso violentamente y existieron abusos y crímenes, explotación económica y opresión política. Pero no puede entenderse ninguno de los países que forman el mundo hispano renunciando a su pasado anterior a la conquista, pero tampoco sin su carácter hispano.
La unidad actual del mundo hispano no la ha impuesto ningún centro de poder, la han forjado los países y pueblos en una lucha común contra el dominio estadounidense. Y lo mejor del mundo hispano -de su cultura, de sus tradiciones populares y sus valores- se corresponde con lo más avanzado y progresista de la humanidad.
Somos iberoamericanos
No todos los españoles que llegaron a México fueron conquistadores. León-Portilla lo tenía muy presente. Recordaba a los muchos españoles que -huyendo de la miseria- llegaron a México tras la independencia. No como dominadores sino para “trabajar en tiendas de abarrotes y panaderías, o como artesanos, obreros, empeñeros y empleados de bares, hoteles y plantaciones”. Ellos “se fundieron con el resto de la población y contribuyeron al desarrollo del país”.
Somos iberoamericanos, una unidad en la diversidad, una cultura de culturas que es la piedra sobre la que se levanta nuestra hermandad, el elemento que vertebra nuestra identidad. En este tiempo actual de grandes desafíos globales el esfuerzo de todos debe orientarse hacia el presente, para así preparar la construcción de un futuro compartido.
Germen de un polo emergente hispano
La enjundia del proyecto -el mundo hispano como un polo emergente en el planeta, impulsado por sus pueblos y fuerzas progresistas, en el periodo histórico que vivimos con un imperio en su ocaso y la aparición de potencias emergentes- necesita la construcción de la más sólida unidad para desarrollar su fuerza revolucionaria.
Un sabio germen de un proyecto de futuro por un mundo hispano, por un polo emergente iberoamericano. ¿Por qué no dedicar toda esa valiosa riqueza al servicio del cambio y la transformación social? Y así España -como una más, de igual a igual con el resto del mundo hispano- tendría otro presente y otro futuro. Es cuestión de voluntad política.
Mantener los lazos existentes en el seno de nuestra comunidad hispana -en el marco de una historia común que se nos pretende robar- es una tarea primordial para todos nosotros, demócratas de España y México, y para cualquier revolucionario del mundo.