Tras varias horas caminando el esfuerzo comienza a pasar factura al caminante. La senda, difusa por la hojarasca, se retuerce como una serpiente otoñal entre los troncos de los árboles. Conoce el camino de memoria, ha paseado infinidad de veces por estos bosques, solo o acompañado, de día o de noche, en verano o en invierno. Así que sabe que su lugar de reposo esta cerca. Se trata de un árbol de tronco ancho y peculiarmente plano en la base. Piensa que este hecho a su medida, que lo está esperando para descansar.
Recostado bajo la sombra del árbol, el caminante cierra los ojos y guarda silencio. Algo capta su atención, un leve rumor que requiere que se concentre. Es la voz del bosque susurrándole al oído. Los arboles hablan, es indudable, se sirven de los vientos que mecen sus ramas y entrechocan sus hojas creando un lenguaje que muy pocos conocen y saben traducir. El caminante, sorprendido, comprende que es uno de ellos y capta el siguiente mensaje:
“Tenéis que cuidarnos para salvaros, protegernos para poder seguir respirando, para poder protegeros del sol del verano, para alimentaros con los frutos que producimos, para evitar sequias e inundaciones, para que sigamos siendo albergue de vida animal, para que a nuestra sombra, podáis reuniros, para proteger esa naturaleza de la que todos formamos parte porque todos somos árboles, somos bosque”.
Unas hojas caen del árbol mientras el caminante se incorpora para proseguir su camino. Imagina que son las lagrimas de los arboles, que ese llanto sea de tristeza o alegría depende de todos nosotros.
Salvador Rodríguez Lorente (Presidente de la Asociación Senderista Malaka Trekking)