(Moisés S. Palmero Aranda, Educador ambiental) Hace dos años opinaba sobre el descontrol en la gestión del, hasta entonces, último nido de tortuga boba en Almería. Demandaba más colaboración y menos luchas de expertos, información más fluida en los medios y, sobre todo, más educación ambiental de forma permanente, no solo en verano, para que la ciudadanía sepa reconocer los rastros sobre la arena y qué hacer si los encuentran o se topan con una tortuga desovando.
Demandas que reconozco han mejorado (salvo la última) en el nido aparecido esta semana en Mojácar, donde un vecino encontró, en su paseo matutino, una tortuga anidando y llamó al 112. En las razones de esta mejoría no quiero entrar, porque aspiro a poder participar activamente en los futuros anidamientos, y si hablo de proyectos, presupuestos, administraciones, egos científicos, trasvases de autorizaciones de varamientos en callejones oscuros, no lo voy a conseguir. Sé que nunca estaré, pero si verbalizo lo que pienso y sigo opinando, menos oportunidades tendré. ¿Autocensura, cobardía, vasallaje? Prefiero llamarlo aprendizaje, elección de prioridades, acercamiento de posturas, pero son eufemismos para consolarme.
Como quien espera desespera, es mejor seguir haciendo camino. Así que aprovecho para contarles algunas curiosidades que creo deberían haber añadido a sus notas de prensa para hacer educación ambiental, y no redactarlas para salir del paso y justificar proyectos.
Podían haber empezado hablando del gran aumento de nidos en las costas españolas, donde este año se ha marcado un récord con casi cuarenta nidos encontrados, a los que hay que añadirles los más de cien de Italia. Cifras que vienen a confirmar la colonización de nuestras costas, observada en las últimas décadas, y que son consecuencia directa del Cambio Global en el que estamos inmersos y las altas temperaturas del Mediterráneo.
Las especies se están adaptando, cambiando sus migraciones, sus zonas de puesta, su alimentación y, sin embargo, nosotros seguimos discutiendo e intentando defender un modelo económico que nos lleva al colapso.
Las tortugas bobas nidifican cada 2 o 3 años, pero en un mismo verano, ya que guardan el semen de varios machos, pueden hacer entre 1 y 7 puestas cada quince días, que es lo que tardan los huevos en madurar. La que anidó el 29 de agosto en Mojácar, puso 91 huevos y tenía nombre, Devesa. La bautizaron el 13 de julio, en la playa de la Devesa del Saler de Valencia, donde puso 79 huevos, se le colocó un GPS y una marca identificativa. Un mes después, el 11 de agosto, se la volvió a ver en las playas de Calafell, en Cataluña, donde la asustaron, volvió al mar y volvieron a encontrarla poniendo 18 huevos.
Además, se ha ganado el calificativo de inexperta, porque de las primeras puestas, los huevos que se llevaron a la incubadora, 10 del Saler, y los 18 de Calafell, han sido inviables. Aún no se sabe qué pasará con los que dejaron en la playa, y con los que ha puesto en Mojácar, que se han repartido en las incubadoras de varios centros colaboradores.
La inviabilidad de los huevos, ha sido una de las razones para no dejarlos en la playa, además de que han comenzado las lluvias, confiemos que sigan, y que estaba en zona encharcable. Ha sido un nido que ha llegado en in extremis, con la época de puesta llegando a su fin, cuando en el resto de nidos están naciendo cientos de tortugas que se llevan a centros de recuperación para “engordarlas” y que tengan más posibilidades de sobrevivir a los primeros años de vida.
Fíjense el juego que da toda esta información para preparar con la ciudadanía la campaña del verano que viene, porque la habrá. Esperar a que vuelva el verano para empezar a enseñar cómo son los rastros, qué hacer, es perder oportunidades. Me pueden llamar pesado, pero insisto, que junto a un científico, debe haber mil educadores ambientales, porque unos se dedican a investigar, descubrir y analizar, y otros a difundir su trabajo, a hacerlo llegar a la gente que, al final, son los que tienen que encontrar los rastros, a los que se pedirá ayuda para proteger el nido altruistamente.
Por nuestra parte, seguimos esperando las tortugas en el poniente de Almería, donde los expertos decían que no era posible que llegasen y que ahora, tras las puestas en la Costa del Sol, buscan los rastros casi a escondidas por Punta Entinas. Por eso hicimos el cuento de “Carla y el nido de tortuga boba”, por eso lo contamos en colegios, en bibliotecas, o como este verano en la Semana de la Posidonia, en el Etnosur de Jaén o en el Castillo de San Juan de los Terreros, porque como los incendios, los nidos hay que empezar a encontrarlos en invierno.