(Moisés S. Palmero Aranda, Educador ambiental) Mi querida España, Álex, esta España nuestra, tiene cosas que dan vergüenza, y recuerdan tiempos, donde la censura obligaba, por ejemplo, a cambiar la letra de una canción para no ofender al dictador que provocó una guerra fratricida y dividió España en dos mitades para siempre. Desde entonces hay que elegir un bando, no quedarse en tierra de nadie, y defender a los tuyos, hagan lo que hagan, por encima de todo, incluso, de las leyes, la razón y la verdad.
Ver el otro día a 81.000 personas aplaudiendo, televisado al mundo entero, al violento delincuente que cobardemente te agredió, me produjo tristeza, y me recordó a esas bandas callejeras, donde el más respetado es el que más delitos comete. La ley del más fuerte, conmigo o contra mí, la maté porque era mía, hoy por ti, mañana por mí, sé fuerte Luis.
Por desgracia, en este país estamos acostumbrados a aplaudir, defender y llamar de Don a los pícaros, corruptos, asesinos, ladrones, estafadores y todo individuo de mala ralea, dándoles protagonismo en la sociedad, en los libros de historia. Y no aprendemos, y lo perpetuamos, educando con el mal ejemplo, trasmitiendo esos valores ruines, despreciables, incívicos, a las nuevas generaciones.
Por eso es de agradecer el coraje, la valentía, la decisión, de plantarse ante los sutiles y velados avisos, al principio, y a las presiones, amenazas y campañas de acoso y derribo de los perros de presa, estómagos agradecidos, correveidiles que van a por ti a la orden del dictador, señorito, o presidente de un club de futbol, de turno, que quieren imponer su verdad demostrando quien manda aquí.
Por eso tu caso me recordó a Cecilia, que jugándose su carrera, su prestigio, y poniendo en peligro su integridad, se atrevió a cantar en televisión, la versión que la censura no la dejó grabar en el disco. Todos los españoles pudieron escuchar esa referencia a la España muerta, la España negra, la España ciega, que nos lastra, que nos gobierna, que nos humilla constantemente, inventando mentiras, leyes que les benefician, los inmortalizan, los parapetan.
Me alegro, y te felicito, porque hayas decidido seguir adelante con la denuncia, que no hayas cedido al chantaje de los mercenarios, de los mal llamados periodistas que, basándose en una mentira del agresor, justifican, un puñetazo que el quinqui rumió durante tres meses, madurando en bilis su odio, su rencor, su venganza, y que planificó y ejecutó con alevosía, a traición, y chulería al reconocerlo ante la policía.
Han hecho un gran trabajo, generando una duda, planteando una atenuante sobre la excusa del violento, del mentiroso, del cobarde. Han marcado la línea de pensamiento de sus oyentes, lectores, para influir en ellos, haciéndoles olvidar que la única víctima eres tú, que el puñetazo te lo dieron a ti, que la ignominia, el honor y la dignidad ofendida es la tuya, que no hay peros que valgan ante un acto violento.
No debería haber existido debate ninguno, porque durante todo este diálogo de besugos, han lanzado uno de esos mensajes subliminales, de que todo delito se puede justificar si inventas una razón para sentirte ofendido, y que las ofensas las puedes elegir a tu antojo para tomarte la justicia por tu mano aludiendo a cualquier capricho.
Lo triste es que un acto como el suyo, de agresión, con lesión leve, solo lleva aparejada una sanción de dos a tres meses de multa, unos 300 euros. Espero que la justicia deportiva sea más severa y castigue a quien se salta el aplaudido fair play, el respeto a sus rivales, y que luego firma autógrafos a niños mientras sonríe y saca pecho.
Este triste suceso también me ha recordado a una de esas enseñanzas que aprendimos jugando en los patios del colegio. Me refiero a la canción de Don Federico, que mató a su mujer, la hizo picadillo, la cocinó en la sartén, y donde los hombres se casaban con costureras, bellas damas o malas brujas.
A la espera de ver si la Justicia imparte justicia, me permito cambiar la letra, para en vez de ensalzar al asesino, señalar a los culpables y aplaudir a las víctimas. Si coges el ritmo, y aprendes el juego de manos, lo mismo hasta pasas un buen rato.
Don Federico golpeó a Baena, y debería ir a la trena. Para dar pena a su afición, con una mentira justificó. Pero llegó el coronel, el que construye por doquier. Soltó a sus perros para atacar, y se tiraron a la yugular. El valiente no se asustó, y al agresivo denunció.
Por cierto, lo mejor que te ha podido pasar, es que Laporta hable, por fin, del caso Negreira. Los lacayos te olvidarán hasta nueva orden, porque de aquí sacarán más tajada sus señores.