(Moisés S. Palmero Aranda, Educador ambiental) Hay un cuento para cada momento de la vida, así que en esta semana, cuando se juega la final de la Copa del Rey, y celebramos el Día del Libro Infantil y Juvenil, me ha venido a la cabeza La oveja negra de Italo Calvino. Un cuento que tardarán menos en leer que yo en resumir.
Érase un país donde todos eran ladrones. Cada noche se robaban unos a otros y todo estaba en equilibrio. Hasta que apareció un hombre honrado que se quedaba en casa leyendo. Como nadie podía robarle, el sistema comenzó a tambalearse. El honesto ciudadano lo entendió, así que por la noche, para que pudiesen entrar a desvalijarle, salía de casa a ver correr el agua bajo el puente.
Como él no robaba, cayó en la pobreza, y en consecuencia, los que debían ser robados por él se hicieron más ricos, y a la vez, los que iban a robar a su casa, como no había nada, se hicieron más pobres. Los ricos se acostumbraron a acompañarlo en el puente cada noche, pero esto aumentó la confusión, porque cuando regresaban se habían hecho pobres, y otros, más ricos.
Hasta que algunos de los ricos que iban al puente, sabiendo que a la mañana siguiente no lo serían, pensaron que si pagaban a los pobres por robar por ellos, nada perderían. De esta manera los ricos se hicieron más ricos, se inventaron los contratos, las leyes y la policía, y aun siendo todos ladrones, se dejó de hablar de robarse los unos a los otros, para hablar solo de ricos y pobres.
Honrado, termina Calvino, solo había sido aquel fulano, y no tardó en morirse de hambre.
Este sábado, convencido de que es la oveja negra, el honrado y honesto ciudadano, en el país de ladrones que es el futbol, me gustaría que ganase el Athletic. Y si me apuran, creo que a la mayoría de los que disfrutan con este deporte, también.
A los mercantilistas; los de las cuentas de resultados; vitrinas abarrotadas; proxenetas del futbol; mercaderes de jugadores; mercenarios sin escudo. Los que presionan y corrompen árbitros; destrozan canteras, hunden carreras y especulan con los sueños, las ilusiones y la salud de los niños; ponen por encima el negocio sobre el deporte; los héroes impostados que lloran lágrimas de cocodrilo mientras graban un documental; los untadores de periodistas, blanqueadores anales, para enmierdar al rival y glorificarlos a ellos; los dirigentes de federaciones que ofrecen su vasallaje al mejor postor; comisionistas de supercopas; sobornadores de mundiales; besucones machirulos; compradores de clubs con promesas de llevarlos a la gloria cuando lo que persiguen es urbanizar media ciudad; a los políticos cómplices y conseguidores que lo permiten; y a los que quieren solo una competición entre ricos para llevarse más tajada, a todos esos, quizás no, porque saben que alguien se puede dar cuenta de que sus palabras son solo el humo del trilero que con sus habilidosas manos te desvalija.
Si gana el Mallorca tampoco me desagradaría, porque cada vez que un equipo pequeño, cuyas aspiraciones cada temporada, son las de sobrevivir, me parece de justicia su victoria y me reconcilia con este deporte. Cuando no están los mayores ladrones del reino, hasta se puede hablar de futbol sin escuchar mamarrachadas, y centrar nuestra atención en lo verdaderamente importante, la pasión por el deporte.
La filosofía del Athletic de contar con su cantera, de confiar y darle las oportunidades que se merecen a los jóvenes de la tierra, de mostrar el futbol como lo que es, un deporte, una herramienta educativa para la vida, a sabiendas de que eso les hace jugar en inferioridad de condiciones, me parece de lo más honesto, valiente y la mejor demostración de que otro mundo es posible, de que hay muchas maneras de competir, que no vale cualquier cosa por conseguir ganar, y mucho menos vendiendo tus valores, principios y dignidad.
Confío que no sucumba a los cantos de sirenas de todos aquellos que prometen títulos, noches gloriosas, si rompen con su historia, con su pasado, con su ejemplo de vida. Convertirían el club, después de llenar sus bolsillos, en un equipo vulgar, sin alma, otro más del montón de la mediocridad.
Me parece una bonita coincidencia que, como en el cuento de Calvino, el Athletic, el ciudadano honesto, la oveja negra, vaya a la ría a celebrar los triunfos. Lástima que los ricos que se inventan las leyes, quieran hacer negocio con la fiesta de la victoria. Espero que tanta euforia y preparación, no termine otra vez en desilusión, con la Gabarra engalanada y las tabernas cerradas.
Me gustaría que Pepillo, que creció defendiendo en su colegio que Urzaiz era mejor que Cristiano y Messi, pueda celebrar su primer título. Que lo disfrute, porque lo mismo hasta dentro de 40 años no lo vuelve a ver. Aunque vale la pena esperar. ¡Aupa Athletic!