(Moisés S. Palmero Aranda, Educador ambiental) Esta semana ha venido a mi cabeza la frase del estribillo de «Sin tu latido», de Luis Eduardo Aute, «¡ay, amor mío, que terriblemente absurdo es estar vivo!». Y no ha sido por la muerte innecesaria, y vergonzosa, de las gacelas a causa de la soberbia del concejal de cultura y la alcaldesa de Almería de organizar los conciertos de Alamar en el Parque de la Hoya, sino porque me he enterado de que este verano no tendremos Biblioplaya, ni quioscos de helados, en el Paseo Marítimo.
Para ser honestos, existe la posibilidad de que si nada se tuerce y la burocracia funciona, para mediados o finales de agosto, se puedan poner. De ahí lo absurdo, porque son “servicios de temporada” que se autorizarán cuando esta acabe y, como dice Pepe Céspedes en sus monólogos, cuando llega la Feria y el verano termina para los almerienses. Un disparate, sobre todo para las familias que gestionan esos negocios y en los que se basa su economía para el resto del año.
La razón que alegan es que no han podido sacar a licitación estos servicios porque la Consejería de blablablá, Medio Ambiente y blablablá de la Junta de Andalucía, no ha sacado la resolución que autoriza al ayuntamiento la ocupación de los bienes de dominio público marítimo-terrestre para la explotación de los servicios de temporada. Y es raro, porque esa resolución es la que también recoge las autorizaciones para balizar, poner las casetas de socorristas, papeleras y lo necesario para que disfrutemos de las playas. Y todo eso se ha colocado.
Entiendo que las cosas de palacio van despacio, que las leyes están para cumplirse, pero también, como soy muy mal pensado, me da la sensación de que para el DreamBeach y otras actuaciones, se dan mucha prisa y a veces se adelantan las autorizaciones, sin firmar ni sellar, pero para otras menos insignificantes se agarran a la norma y de ahí no se bajan.
Otra cuestión, relacionada con todo esto, y que me recordó lo absurdo de estar vivo, es escuchar los parabienes y las palmaditas en el pecho en la entrega de las banderas azules, porque estos servicios de temporada son uno de los aspectos que puntúan positivamente para obtenerlas. ¿Sabrán los que las entregan que no tendremos Biblioplaya?, ¿habrán tenido en cuenta para dar la del Toyo, los daños colaterales que dejarán los cuatro días de conciertos? Añado una glosa a este párrafo para dejar constancia de que estas banderas, a mi parecer, están a la altura de un impuesto revolucionario.
Muchos estarán pensando que comparar el festival de música que atraerá a miles de personas, con la caseta que presta libros a un puñado de vecinos, es lo realmente absurdo, pero no lo estoy haciendo. No considero que sean actividades excluyentes. Lo que afirmo, y me cabrea, es que los ritmos, las exigencias y los tiempos no son iguales para todos, dependiendo del pin de la solapa, la amistad que te una al político, el montante de la prebenda, el interés del concejal de turno, y su criterio para entender lo que es de utilidad pública y valorar el beneficio económico y turístico para la ciudad.
Como el impacto de las cifras del festival ya las conocen porque nos las han vendido hasta la saciedad, les voy a dejar algunas de la Biblioplaya, más modestas, pero para mí más importantes, porque a lo largo del tiempo han ido permeando en la ciudad y generando cultura local, la que echa raíces, no la basada en cuatro días y en los euros a embolsarse.
Desde el 2011 que se abrió, solo los meses de verano, se han prestado más de 5000 libros, han firmado y realizado actividades culturales unos 300 autores locales en sus Viernes Literarios y Sábados Minúsculos, y en la última convocatoria del certamen literario, (llevan tres con sus antologías correspondientes), se presentaron, entre relatos y poemas, 400 trabajos, donde la provincia de Almería es la protagonista.
Y por si sirve como medalla de difusión turística, a final del año pasado, el programa de la 2 de RTVE, «Un país para leerlo», que recorre España destacando actividades culturales originales, a los autores locales con más proyección y visitando librerías con encanto, eligieron a la Biblioplaya para su reportaje de Almería. Por algo sería.
En fin, y siguiendo con Aute, «lo que me pasa es que este mundo no lo entiendo», y este verano sentiré, cuando pasee por el Paseo Marítimo, el vacío que ha dejado la caseta, el hueco que su nombre me provoca, y echaré de menos las charlas con el escritor, editor, librero y gestor cultural, Fran Cazorla, el alma y el latido de la Biblioplaya. Qué aburrido y largo será el verano sin su latido.