(Moisés S. Palmero Aranda, Educador ambiental) La semana pasada se presentó un banco en el paseo marítimo de una ciudad a la que llamaré Bulería, bulería. Utilizo un nombre ficticio porque la hipocresía, el servilismo a las grandes empresas, y el greenwashing institucional, son generalizados en la sociedad, y estos bancos están en todas las ciudades. Además, no quiero señalar a nadie, ni siquiera a las concejalas que no dan coba y no contestan a los correos para retirar una red fantasma, porque en algún momento se habrán sentido ofendidas y atacadas por una opinión.
El banco tiene de especial que se ha hecho con material reciclado (nada nuevo) y un 30% proviene de las basuras marinas que una empresa de refrescos, tampoco la nombraré para no perjudicarla, ha recogido de mares y playas con la ayuda de voluntarios, la mayoría niños cautivos en horario escolar y pescadores, en una campaña que han llamado Mares circulares.
La idea es maravillosa, limpiar mares y océanos, sensibilizar a la población e intentar solucionar una situación, la de los residuos, que se nos ha ido de las manos. El problema viene cuando la empresa que financia esta campaña, y promete la chispa de la vida, es la que más contamina con sus envases de plástico en el mundo, y se niega a eliminar este material porque “los consumidores lo demandan” como dijo su Vicepresidenta senior y oficial de comunicaciones y sostenibilidad, en 2020.
Según un estudio de Greenpeace, elaborado a partir de los residuos que 11.000 voluntarios recogieron de las playas durante años, en 45 países, esta empresa genera el 10% de los envases de un solo uso en el planeta, 110 mil millones botellas por año, 3.400 por segundo, unos 3 millones de toneladas de plástico. A lo mejor, atendiendo a estas cifras, si eliminasen estos envases de su cadena de producción, podrían hacer bancos más bonitos y presumir, de verdad, de su compromiso con la naturaleza.
Porque ya lo decían las abuelas, no es más limpio el que más limpia, sino el que menos ensucia. Si nuestros dirigentes no se dejasen engatusar por las mentiras de estas empresas, y castigasen a las que más contaminan, y apostasen por sistemas de gestión que se basen en la reducción en vez de en el reciclaje, tendríamos alguna oportunidad para solucionar el problema.
Pero no queda ahí la incomodidad de este banco. Esta empresa basa su negocio en vender un producto que genera diabetes, obesidad, adicción, perdida de esmalte en los dientes, envejecimiento y otras muchas patologías que la ciencia ha demostrado sistemáticamente, pero que sus bonitas campañas publicitarias y el mecenazgo de miles de eventos a nivel mundial, relacionados con jóvenes en el deporte, el medio ambiente, la salud y la cultura, maquillan, afirmando que reparten felicidad desde 1896.
Si a esto le sumamos, que en muchos países están robando el agua potable de acuíferos y ríos a la población nativa para fabricar su veneno contaminante, una bebida basura de la que podemos prescindir, el refresco se convierte en una de esas explicaciones de por qué nuestra especie no tiene futuro.
Aplaudir, premiar, bendecir, presentar un banco solitario como si fuese el descubrimiento del siglo, rodeado de políticos, empresarios y medios de comunicación, es destruir, tirar por la borda, todos los esfuerzos, campañas y consejos que las administraciones, las familias y los maestros, le hacen a la población para la conservación de la naturaleza, para la prevención de las enfermedades, para construir un mundo más justo.
Esa bebida debería desaparecer de nuestras vidas, y si el libre mercado lo impide, debería tener impuestos tan altos como el tabaco o el alcohol, porque son tan perjudiciales y nocivas como esas drogas, pero poderoso caballero es Don Dinero, que rellena las arcas del estado.
Esa foto, esas sonrisas y palabras de agradecimiento, son prescindibles, y más si lo que se aplaude, son esas limpiezas que hacen escolares, donde el objetivo no es retirar basura, sino limpiar su imagen, conseguir clientes adictos que consuman su veneno, y convertirlos en vectores que propaguen su marca con baratijas publicitarias que lucirán con orgullo en su día a día, y que le harán creer que el brebaje que beben debe ser bueno, porque es legal y no está prohibido.
Los dirigentes tienen que defendernos de los que quieren hacer daño a la sociedad, no venderles, por un puñado de euros, el alma de sus ciudadanos. Ese banco es un símbolo de la vergüenza, del capitalismo desenfrenado, de lo contradictorio de los mensajes a la ciudadanía, de la hipocresía en la que nos movemos, de la carencia de principios y del poco respeto que nos tienen, y se tienen, al prestarse a tales despropósitos.